mayo 23, 2010

Del amor eterno a la competencia salvaje


Hace mucho mucho tiempo, cuando el matrimonio sólo terminaba con la muerte (y no porque uno matara a su cónyuge), era también evidente, que cada cosa tenía su lugar y cada uno de los miembros de un matrimonio tenía muy claros sus derechos, deberes, pertenencias y necesidades.


Dichas necesidades, que pocas veces coincidían, permitían tener límites muy claros en cuanto a la segmentación de públicos en las comunicaciones y la publicidad. Escasamente se encontraba un producto dirigido tanto a hombres como a mujeres.

La mujer estaba en el ámbito netamente privado y familiar. Sus necesidades se limitaban a las de su familia. Los electrodomésticos, los utensilios de cocina, los productos de limpieza y todo lo que la ayudara a ser una mejor ama de casa y madre, iba dirigido al público femenino.



Se tenía claro, que la lavadora, el jabón de cocina, la nueva estufa, la plancha y las máquinas de coser eran objetos de total incidencia femenina y por lo tanto todo mensaje que hablara de estos, era dirigido claramente a las mujeres.
Por su parte, el hombre tenía una vida pública, sus necesidades eran más personales y fueron los primeros en disfrutar los productos llamados “ostentosos”, es decir, de puro disfrute.

Para los hombres estaban los carros, las bebidas alcohólicas y todo lo que representara status… su vida de consumo estaba más fuera del hogar. Ellos conservaron su vida pública mientras las mujeres, en el momento de casarse, perdían la poca que tenían siendo solteras.





Luego, con la necesidad de abrir los mercados y con fenómenos sociales que hicieron atenuar los límites entre el lugar de mujeres y hombres en el orden social, la publicidad empieza a mostrar que muchos productos pueden ser “necesarios” tanto para hombres como para mujeres, y que muchos espacios públicos y privados, pueden ser compartidos por ambos.

Así, empezamos a conocer productos que podían ser deseados, adquiridos y usados por ambos sexos, y espacios como la oficina empezaron a compartirse mientras los nuevos matrimonios debían aprender a negociar sus pertenencias, derechos y deberes en los ámbitos público y privado.

Luego de haber conquistado nuevos mercados introduciendo nuevos usos de los productos sin distinción de sexos, llegamos entonces a los artículos que brindan status. Los vehículos, la tecnología, y en general artículos para darse gusto a sí mismo, para rendirse culto y para tener un reconocimiento social y profesional invadieron el mercado y los discursos publicitarios dirigidos a cualquier tipo de grupo objetivo.

De esta manera, se ha venido desatando, por la confluencia de muchas condiciones sociales, una guerra sin tregua por el poder, que del ámbito público ha pasado al privado. Y obviamente la publicidad está atenta a este tipo de situaciones y las refuerza en el uso a su favor.

Es así como empezamos a encontrar comerciales donde la competencia por el poder que significan ciertos productos, pasa por encima de cualquier negociación y respeto. Es cierto que la mayoría de estos comerciales son tan exagerados, que difícilmente se convierten en discursos lógicos y creíbles, pero no olvidemos que este tipo de exageraciones pueden tener el efecto de anestesiar a las personas frente a sucesos reales que se presenten en ese sentido.

Los dejo con un claro ejemplo de esta tendencia publicitaria:




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